UN
TIPO GENIAL! (II parte)
Después de los resultados
conocidos dentro del pequeño Jeep, mi padre se decidió a comprarle una carpa y
mejoró bastante la situación y los paseos fueron más agradables.
Sin embargo esto no se
quedó ahí, mi padre como siempre, emprendedor, se nos presentó con otra
sorpresa, así como llegó el jeep así se esfumó de nuestras vidas, encontró otro
vehículo, un Nash, marca que desapareció después del año 1954, así que esta
adquisición fue un poco antes de que la retiraran del mercado.
Con gran entusiasmo
recibimos esta “berlina” ya que en esa época se denominaba con este término a
los automóviles. Aunque de segunda, por fuera tenía una buena apariencia y
aplaudimos la adquisición, aunque no recuerdo de qué manera se hizo esa
negociación, lo que si puedo decir es que muy seguramente lo fue por el sistema
de trueque ya que era algo frecuente en las finanzas de mi padre.
Nuevamente mi recursivo padre
con su buen amigo mecánico, revisaron el Nash, que como todo vehículo usado
tenía sus fallas, pero si bien eran varias, permitía por lo menos estar en su
interior sin hacer uso de paraguas en caso de lluvia.
Lo simpático de este
vehículo es que para su transporte se necesitaba llevar mecánico a bordo, pues
aunque papá era un genio todero, la astucia y la experiencia de su voluntario
compañero hacían que el automotor rugiera sin problemas.
En esos días hubo la
necesidad de viajar a Bogotá y por supuesto en el auto íbamos padre, madre, un
abogado amigo, el mecánico y yo. Sé que me dormí cuando llegábamos a las
calurosas tierras del Espinal y me despertó un golpe que me hizo estrellar
contra algo duro que me produjo una protuberancia en la frente, vulgarmente
llamada “chichón”. No sé cómo fue ese accidente ni lo puedo imaginar, sobre
todo en tiempos en que la máxima velocidad creo, era 50 kilómetros por hora y
que en carreteras destapadas nunca se osaba llegar a tanto, sólo me atrevo a
pensar que los frenos fallaron y ocurrió lo que pasó.
Sólo sé que llegamos a un
pueblo en donde bajamos a tomar algo y a aliviar la vejiga. Este evento si lo
tengo muy presente porque mi madre entró primero y salió con los ojos muy
abiertos y diciéndome que tuviera cuidado no me fuera a caer. Entré y me
encontré con algo parecido a esto, aunque no tan moderno ni tan sofisticado,
al que yo fui era según
esta descripción que les defino: un cuarto grande imagino que tendría unos 4
por 4 metros, y en el centro el famoso excusado, todo en cemento y con las
huellas para pararse en ellas, algo así como una taza ancha con dos bloques de
cemento donde uno colocaba los pies, no sé cómo lo usarían los pueblerinos,
pero era bastante complicado remover las prendas de vestir sin caerse y sin
mancharlas en ese monumento al concreto, ya cuando se ponía de pies para
retirarse, se halaba una cadena que colgaba de un tanque alto arriba de la
cabeza, el cual yo no alcancé, pero imagino que vaciaba el agua. Luego con
mucho cuidado había que bajarse ya que todo alrededor estaba mojado. No sé si
por lo pequeña que era, me pareció que ese lugar era inmenso y pasar de las
huellas al piso fue un pequeño salto, peligroso, pero que superé para llegar muy
orgullosa a contarle a mi madre que había salido ilesa.
De Bogotá apenas si
recuerdo algunos detalles, llegamos a casa de unos parientes, si mal no
recuerdo, sólo estuvimos una o dos noches allí, conocí el almacén Tía, toda una
novedad y vi y usé por primera vez las escaleras automáticas, mecanismo
desconocido en Cali y mucho menos en el pueblo donde vivíamos. Además mi madre
descubrió que soy alérgica a las mantas de lana, así que llegué a casa con un
hermoso sarpullido rosa que me cubría todo el cuerpo.
Sobra decir que logramos
regresar en el mismo carro que viajamos, pero el mismo desapareció tan rápido
como llegó, viéndonos entonces en un hermoso MG rojo granate que compró mi
madre a Luis Angel Mera. Anexo foto que ya es bien conocida por quienes siguen
mi blog.
Y los espero en la tercera parte ya que todavía siguen más vehículos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario