Febrero 10
del 2014
Domésticas o esclavas
Acabo de leer una noticia que me ha dejado consternada. En
Nepal, venden las niñas por 25 dólares y las convierten en Kamlaris, llegan
como domésticas a determinados hogares y no reciben un tratamiento digno. Hay
un grupo de liberadas que están ayudando a quienes todavía permanecen
esclavizadas.
Películas como “Doce años de esclavitud”, “Soy esclava”, esta
última basada en la vida real de Mende Nazer, la historia cuenta como Malia, de
12 años, hija del campeón de lucha libre Bah, es secuestrada en un pueblo
sudanés por milicias progubernamentales árabes y vendida como esclava a una
mujer en Jartum, nos recuerdan una realidad que aun en estos tiempos se da. En
ambas películas hay un final feliz entre comillas, ya que son muy pocas las
mujeres que logran liberarse de este sistema y volver al seno de su familia.
En la mayoría de los casos se observa esta actitud hacia las
personas de raza negra, sea cual fuere su procedencia, por tener la piel oscura
se convierte en blanco, aunque suene irónico, de abusos. Crecí en un lugar
donde la mayor parte de la población es de raza negra, fui a la escuela con
niños negros, así que para mí no hubo esa diferencia tan marcada, al contrario,
yo era la “rara” yo era la amarilla, metida entre ellos, pero por mi timidez y
modo de ser nunca fue óbice para tener buenas amistades y disfrutar mi niñez.
En mi casa hubo mujeres contratadas para el servicio
doméstico, de todos los colores, pues por alguna razón mi madre no lograba
encontrar la persona que se adecuara a sus costumbres y el desfile de ellas era
frecuente.
Así como en mi hogar a esta persona se le daba habitación,
comida y un pago, también tenía un horario muy estricto y un descanso muy
breve. Trabajaban toda la semana y el domingo después de atender el almuerzo y
dejar todo muy limpio, podían marchar a su casa hasta las seis o siete de la
tarde que debían regresar. Para mí que era muy pequeña en ese entonces, de seis
ó siete años, sola en casa porque aún no me habían ingresado interna al colegio,
este personaje era mi compañera de juegos.
Ya interna y en los ires y venires del Colegio, por
vacaciones, me di cuenta que unas religiosas tenían bajo su custodia niñas
huérfanas, eran entrenadas en todos los aspectos del servicio doméstico y
siendo mi madre gran colaboradora de las religiosas le entregaron una muchacha
para que le ayudara, mi madre se dedicó a educarla y enseñarle todo lo
necesario para que su servicio fuera fácil, incluso dispuso que yo le enseñara
a leer y escribir, el pago no se le entregaba sino a la Superiora quien venía a
supervisar que todo estuviera bien. Cuando la joven aprendió todo lo que
pudimos enseñarle, cuando ya su armario tenía más de un vestido y gozaba con
tres pares de calzado, surgió esta religiosa a recoger a la joven, indicando
que la madre del Párroco del pueblo necesitaba a la doméstica y por tanto ella
había seleccionado la que estaba en casa, las lágrimas de esta fueron
abundantes y no quería marcharse, pero fue obligada a servir en otro lado. Una
vez que la encontré en el mercado me dijo que no la dejaban leer, pero yo era
todavía una niña y poco podía hacer por ella. Después de un tiempo trajeron
otra huérfana, pero esta era de otro carácter y lo que menos quería era
aprender, mucho menos servir. Sin embargo, se hicieron esfuerzos por ayudarla,
e incluso un día mi madre la trajo como dama de compañía de mi abuelita y su
hermana, dos ancianas, pero a los dos días pidieron se la llevaran porque las
tenía enloquecidas con su comportamiento, las molestaba, se subía a los muros
de la casa y no bajaba en todo el día.
Así que en cierta forma llegué a darles la razón a las
religiosas por ser tan estrictas. El día que fuimos a dejar con las religiosas
a esta joven rebelde, como toda niña curiosa me colé en la zona de dormitorios
de las huérfanas, vi que tenían una cama y un baúl, todo muy limpio y sobrio,
pero el rostro de ellas no era feliz, más bien reflejaban temor, me rodearon y
no lo niego me asusté un poco, pero no tenía por qué, ellas sólo querían hablar
con alguien de afuera aunque se tratara de una menor tan chica como yo, jugar
conmigo, pero no bien las religiosas me descubrieron se armó tal alboroto que
las pobres internas terminaron llorando y yo asustada de ver la transformación
de las queridas monjitas corrí a los brazos de mi madre.
Nunca me enteré a ciencia cierta cuál era el régimen que
acompañaba a estas niñas y apenas si puedo recordar qué pasó con ellas ya que
eran adolescentes y yo marché de nuevo al internado.
Cuando llegamos a vivir a Cali, mi madre contrató los
servicios de una negra, muy querida, con unos dientes blancos que marcaban una
alegre sonrisa en su rostro, más o menos de mi edad, coqueta y alegre estuvo
varios años en casa, se le pagaba un sueldo y tenía los domingos libres, sin
prestaciones, sin servicios de salud, sin pensión, etc. etc. Duró hasta que una
vecina muy servicial, como decían las señoras de aquel entonces, la “sonsacó” y
se la llevó para su casa.
A partir de allí no tuve más experiencias cercanas con
empleadas del servicio doméstico. Pero como en este mundo existen más personas
he podido apreciar personas que siguen esta tradición y tienen personas a su
servicio y las tiranizan de tal manera que me hace ver que el tiempo
transcurrido desde la esclavitud no ha cambiado mucho en el modo de pensar de
algunos humanos. ¿Por qué aguantar esta situación? ¿Por falta de estudios y por
ende ausencia de empleos en donde les traten en forma digna? Posiblemente.
En unas vacaciones en que pude disfrutar de la playa, vi una
familia, pareja con dos niños bebes gozando del calor y el agua del mar, los acompañaba
la consabida niñera, quien vestida de punta en blanco, con cofia y todo,
caminaba trabajosamente llevando el doble cochecito por la arena, sudaba como
arroz frito porque hasta medias de nylon tenía. La señora nadaba con su esposo
y desde allí gritaba a la mucama que jugara con los niños en la arena. Esta por
su parte extendió un toallón, colocó los niños en el y se inclinó para
atenderlos parándose sobre el mismo, cuando la señora salió como un bólido del
agua para recriminarle por llenar de arena el lugar donde estaban sus vástagos,
de inmediato la doméstica recogió a los niños, levantó el toallón, lo sacudió y
nuevamente se escuchó la voz de la dama, gritándole que estaba arrojando la
arena sobre los niños. Superado este momento y ahora bajo una sombrilla con un
recipiente lleno de agua para que los bebes chapotearan sin peligro, la pareja
se acostó en la arena a recibir los rayos solares tras haberse aplicado una
generosa cantidad de bloqueador. A estas alturas la cofia de la mucama estaba
ladeada por la humedad del sudor, sus prendas mojadas con el chapoteo de los
pequeños cuando la dama que disfrutaba del sol la miró con una expresión que
hasta yo que estaba a unos metros de distancia me sobresalté, la escuché que le
decía con tono amenazante: “Mire cómo tiene el uniforme y la cofia…”. Así que
se levantó y recogieron las cosas y mientras caminaban rumbo al hotel, escuché
a la elegante dama decirle a su marido. “Es una desagradecida, todavía la traemos
de vacaciones a la playa y ni siquiera sabe presentarse.”
Al otro día vi al mismo grupo dirigirse a un restaurante, con
los dos hermosos bebes y su niñera, nuevamente de punta en blanco, cargada con
pañalera, biberones, juguetes etc. y pensé en la “generosidad” de la pareja que
la llevaban a comer a un sitio elegante. Nuevamente pude presenciar desde una
mesa cercana que mientras los señores disfrutaban de la comida, los niños eran
atendidos por la joven niñera quien no recibió ni un trozo de pan de la mesa.
Y no existe la esclavitud!
Quienes hayan vivido fuera de Colombia saben que en países
Europeos es difícil empezar a trabajar en cargos de oficina cuando recién se
llega, hay que aceptar oficios como camareros(as), cuidando niños, aseando apartamentos,
lavando platos y otros que deben saber.
Yo atendí como camarera en un Hotel, los denominados “Bed
& Breakfast” de Londres, 60 habitaciones, lo que multiplicado por dos
personas ocupando cada habitación serían unas 120 personas, de estar lleno el
lugar. Esto fue por los 60s y sin embargo, jamás me sentí discriminada, los huéspedes
eran educados, la mayoría japoneses, pero también de distintas partes del mundo,
como será que todavía añoro esa época de servidumbre forzada.
Ahora en la época actual con tanto modernismo, no es
necesario tener mujeres en este tipo de servicio. Existen las comidas rápidas, incontables
restaurantes con servicio a domicilio, hornos microondas, así que mientras haya
dinero en el bolsillo el pan nuestro de cada día no faltará.
De todas formas las condiciones también han cambiado, no
puede pagarse menos del salario mínimo, hay que reconocer prestaciones,
cesantías, eps, y ahora último afiliación a Comfandi, esto en cuanto a pago,
pero respecto a otras condiciones, a las personales, ¿han cambiado? O siguen
siendo esclavas con sueldo.
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