lunes, 21 de julio de 2014

Recicladores


Julio 21 del 2014

 

Recicladores

 

Los recicladores en Cali proliferan de una manera increíble, casi todos llevan uno o dos perros de compañía los cuales de forma rutinaria saben comportarse en la calle y es muy raro que resulten atropellados a pesar del descuido de sus propietarios. Algunos los llevan sobre sus carretillas junto a los niños que aprenden el oficio de sus padres en el recorrido diario.

Hoy he pensado especialmente en estos personajes que diariamente prestan un gran servicio y ¿el por qué?

Les contaré, durante muchos años he juntado plásticos, vidrios y algunas veces elementos que en realidad no le estoy dando ningún uso y se los guardo a una recicladora, la señora Martha, una mujer morena, alta, con una obesidad desproporcionada debido a una enfermedad que desconozco, cabello corto y ensortijado, tiene una voz un tanto gutural, siempre camina lento con una cojera desigual, la acompañan regularmente tres perros, la mayoría hembras, ella les tiene nombres a cada uno, recorre las calles con una pesada carretilla y sobre esta un costal de fibra de vidrio del tamaño de la carreta donde va colocando el material de reciclaje.

Alguna vez se desplazó acompañada de una jovencita, pero no por mucho tiempo ya que su comportamiento locuaz hizo que muchas personas se alejaran y no le siguieran guardando material pues llamaba dando voces en las casas y perturbaba la tranquilidad del barrio haciendo que muchos vecinos se quejaran y le dijeran que si llegaba con esa chica no le darían nada.

Siguió solo con la compañía de sus perros y en una oportunidad me señaló a uno de ellos, un cuadrúpedo bastante viejo, de caminar lento que no se separaba de ella y me dijo: “A éste le debo la vida. Hace una semana me desmayé en la calle y él corrió hasta donde estaban otros recicladores a quienes les extrañó verlo solo y ladrando, lo siguieron y los llevó hasta donde yo yacía en el piso.”

Tiempo después con lágrimas en los ojos me comentó que el viejo se había ido.

Me llamaba “la mona”, de pronto por mi cabeza cana, pues no otra razón le veo. Me decía: “Mona, ¿me tiene algo guardado?” con una voz ronca, siempre parecía que sufriera de la garganta. Agradecía todo lo que se le daba.

Las últimas semanas empezó a espaciar sus días de reciclaje, me decía que no estaba bien, que no tenía plata para ir a consulta, a veces creí que exageraba para que los vecinos le diéramos algún centavo, pero ella no insistía, lo decía una vez y seguía resignada con su carga.

Pero esta es la segunda semana y la señora Martha no ha vuelto, pregunté y al parecer nadie sabe que le ha pasado, ya le tenía una carga en dos grandes costales, pero la entregué a otro reciclador.

Hoy una vecina me dijo que Martha había muerto…

Me quedé sin habla, sabía que era muy enferma, pero siempre superaba su estado y volvía cada lunes a recoger el material. Quise saber qué le había pasado y me dijo el jardinero que recorta el prado en esta casa que a Martha la habían llevado al Hospital, le hicieron una cirugía porque se le había estrangulado una hernia y no había salido con vida.

Ya Martha descansó de su sufrimiento y pienso que a pesar de verla tantos años pasar con su carreta y sus animalitos, nunca supe si tenía familia, con quién vivía, sólo sé que una vez que le regalé un plástico que medía algo así como cinco metros de largo, me dijo: “Mona, con esto voy a tapar las goteras de mi rancho.” Era época de un invierno pertinaz hace cosa de un año o año y medio y salió feliz. Alguna vez me mencionó un pariente que trabajaba también como reciclador, pero nunca me interesé mucho porque era ella quien venía siempre.

Lo último que conversé con ella fue porque le pregunté si creía en Dios y me contestó: “Mona, yo soy católica, apostólica y romana, creo en Dios!” le pedí me recordara en sus oraciones y me dijo: “Siempre Mona, siempre!”

Ya no escucharé su voz ronca llamándome cada lunes y la verdad, me dolió saber que se había ido, aunque quiero creer que descansó de sus enfermedades y su eterna lucha por sobrevivir y que ahora en ese mundo mejor no tendrá que arrastrar su carreta y no sentirá más dolor.

 Ahora estuve mirando la calle, viendo pasar los recicladores que van mirando las bolsas de basura y sacando los tarros, plásticos y periódicos y por un momento me pareció que la veía alejarse diciéndome: “Adiós Mona!”

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