Septiembre 29 del 2015
AMANECERES
El amanecer es una de
las cosas que más me gusta en la vida, más no solamente por la forma como se
aclara el día poco a poco sino por un sinnúmero de detalles que lo acompañan.
Desde muy pequeñita me gustaba mirar desde la puerta de la casa como poco a
poco el pueblo iba despertando, los ruidos típicos de la mañana en el pueblo
donde pasé mi niñez fue bien interesante.
Recuerdo como si lo
viera hoy, que las calles eran en tierra, así que cada vez que pasaba un
vehículo dejaba la polvareda, era inevitable, máxime cuando a una cuadra de la
casa se encontraba el terminal de los buses de transporte, de los Camacho, allí
llegaba la gente que se dirigía a Cali. En un principio eran unos buses que
distinguíamos como “líneas” y después
se conocieron como buses de escalera, en la actualidad los usan aquí en Cali
para hacer turismo por las calles y bailar en su interior, los tienen
engallados y colocan música de salsa la mayoría de las veces.
Pero no me quiero
alejar del tema: por la mañana yo escuchaba a la vecina Imelda empujando a
Isaura (su hija adoptiva) para que estuviera lista para ir a la escuela, pero
hay eventos que lo dejan a uno literalmente “marcado” y lo fue un hombre quien
tenía un problema en sus piernas, para caminar él lanzaba cada pierna hacia
adelante y no sé cómo aguantaba el equilibrio y seguía, pero no era sólo el
hecho de que avanzara en ese estado lo que llamaba mi atención. Este hombre arrastraba
una carretilla cargada con unos tanques de agua, esto lo hacía todos los días,
ya que en esa época muchas personas tenían que comprar el líquido ofrecido en
esta forma porque el pueblo no tenía el servicio de acueducto instalado. En mi
casa bombeábamos el agua de un aljibe y quedaba en un tanque de eternit que mi
padre tenía bien organizado sobre una torre de ladrillo y para el consumo
humano viajábamos a Cali regularmente y traíamos agua en un contenedor grande.
Volviendo a este
hombre, yo escuchaba a este aguatero anunciando su paso temprano en la mañana y
corría a observarlo desde la puerta de la casa, su piel curtida, la cabeza
rapada sin ser calvo, ropa raída que constaba de un pantalón corto rasgado y
camisa remangada, descalzo, yo miraba sus pies, las plantas de ellos eran
absolutamente planas y sus dedos muy separados, pienso que abría los dedos de
los pies para ayudarse a sostener su delgado cuerpo.
En cambio el día de hoy
escucho la conversación de quienes bajan esta calle conversando con paso
apresurado dirigiéndose al trabajo, otros hablando a través de sus celulares, desde
muy temprano escucho el rugir de los vehículos, algunos pocos autobuses,
motocicletas y bicicletas a granel y los recicladores con sus carretas o
bolsas. También quienes recogen mangos blandiendo sus varas. Los locales
vecinos levantan sus cortinas metálicas y se escuchan, de cuando en cuando, los
llamados a comprar fruta en camiones ambulantes.
Ya no escucho al
aguatero, ni las voces de la vecina, tampoco el llamado del terminal de buses
ni veo las nubes de polvo que se levantaban cada día, el aguatero ya no está,
pero el pueblo despierta igual que la ciudad. No puedo evitar pensar que el
agua corre por los grifos, las calles están pavimentadas, pero hay algo que
sigue igual, el espacio infinito, el sol, las nubes, aunque no sean las mismas
son similares a aquellas, cada día trae el mismo amanecer de antaño y cada
mañana salgo a mirar la salida del sol.
Sólo empaña esta visión
la escasez de agua, ahora cuando abro el grifo en la mañana, ese líquido que
otrora era transparente, viene con una arenilla blanca, deduzco que es el cloro
acumulado tras el racionamiento que hace la empresa de acueducto ante la falta
de lluvias en nuestras cuencas, tal parece que el universo se ha confabulado y
en un preacuerdo con quienes venden agua embotellada, les da la oportunidad de
agrandar su economía pues este elemento se convirtió en una prioridad en el
mercado.
Y esto sólo sirve para
que añore una vez más al aguatero del pueblo donde pasé mi niñez, recordando
que si bien no teníamos el servicio de acueducto, el agua no escaseaba.