Abril 30 del 2015
Bifet,
bifé o buffet
En mi casa conocí el “bifet”, “bifé”o “buffet” como quiera que la gente llama a este mueble que
hace o hacía parte de los muebles del comedor de muchas casas, el que yo
recuerdo era de madera oscura, casi negra, era una mesa con dos cajones grandes
que abrían hacia afuera en forma de puertas, tenían llave. Sobre este mueble
habían dos vitrinas bien altas, con puertas de vidrio a través de las cuales se
podía apreciar la cristalería que mi madre guardaba, en la parte de abajo
estaban los manteles y servilletas. En medio de las dos vitrinas había una
fuente con tapa de cristal azul, que aún conservo, y que tiene más o menos
sesenta años de uso.
En la actualidad no veo
mucho este mueble, es más, creo que ha desaparecido de los hogares para dar
paso a unas mesitas en las cuales se colocan las fuentes de alimentos exhibiendo
los potajes que se han de servir a los invitados.
Cada traslado de
vivienda era una pesadez con muebles como este que ocupaba más de dos metros de
largo por uno de ancho y todavía me pregunto ¿qué servicio prestaba? en cuanto
a su posición en el comedor, simplemente estaba allí… estorbando, ya que la
cristalería bien podía estar ubicada en un mueble más práctico así como la
mantelería. Siempre me molestó ver ese mamotreto oscuro y deprimente.
Pero ese horrendo
mueble constituía una de las piezas principales que las parejas incluían en su
menaje de boda, en el comedor era infaltable tal elemento, era algo así como la
mesa de centro de la sala, la mesa de noche del dormitorio, etc. etc.
En la actualidad veo
que este bifé, ha sido reemplazado por un armario o closet, en el mismo guardan
todos esos elementos que en antaño eran exhibidos como pequeños trofeos. La vajilla
dominguera, la cristalería fina, la mantelería elegante, y lo más gracioso es
que el comedor principal sólo era usado en las celebraciones y cuando se tenían
invitados, ya que existía otro comedor, más sencillo y acogedor que el primero.
Estas tradiciones del
pasado han cambiado, la gente visitaba a otras personas, aún recuerdo que al
llegar “visitas” a nuestra casa, yo corría a esconderme porque mi madre
acostumbraba presentar sus hijos a los recién llegados y yo no sabía que hacer,
casi siempre el saludo obligado era que la niña le diera un beso a la señora y
la mano al señor. Si quienes llegaban eran ya conocidos, de todas formas tenía
que salir a saludar. No era timidez, no me gustaba el protocolo del saludo.
Se ofrecía un tinto, un
jugo e incluso una taza de chocolate con arepas. En realidad mi madre
disfrutaba atendiendo a sus amigos.
Lo más curioso y creo
que esa costumbre no ha pasado de moda, era el recorrido que se hacía a la
casa, era un completo tour, sobre todo si la visita era la primer vez que nos saludaba,
y nuestra vivienda se prestaba para ese menester ya que en el pasado había sido
utilizada como hotel, desde el frente seguido del largo corredor y las
habitaciones en una sola fila hasta el fondo donde quedaba la cocina y el cuarto
de rebujo.
Al marcharse quedaba el
compromiso de hacer lo propio en el hogar de estos visitantes.
Y no puedo dejar de sonreír
al recordar los intentos de mi madre por convertirme en una persona social, que
aceptara con agrado niñas de mi edad y compartiera mis juguetes con ellas. Y lo
comento porque había recibido un pequeño teléfono de regalo en una navidad, un
pequeño adminículo de color rosa y rojo, que al discar un número hacía un
sonoro ring ring y al hablar se escuchaba un pequeño eco, yo no cabía en mis
trapitos de contenta, cuando llegó mi madre con una muchachita que se fue
directo a mi magnífico juguete, mi madre observó mi gesto y telepáticamente me
ordenó “compartir”. A regaña dientes la dejé jugar con él. Y pude ver como esta
“nueva amiga” golpeaba el auricular imitando a su madre cuando contestaba el
teléfono, hacía reclamos a su marido a través del mismo y lloraba babeando la
bocina. De pronto vi que la madre de la criatura salió como una exhalación de
la sala, se disculpó por la impertinencia de la niña, tomó a su pequeña y rápidamente
se despidió de mi madre.
Cabe decir que perdí
gran interés en ese aparato, a pesar de que mi madre le hizo una limpieza
espectacular, pero lo ocurrido sirvió para que mi progenitora desistiera en sus
intentos por hacerme compartir mi juguetería con las hijas de quienes nos
visitaban.
Pero no puedo terminar
este comentario sin compartir con ustedes el buen servicio que me prestó el
famoso bifé. Cuando llegaban las visitas aprendí a esconderme al interior del mismo.
Corría con mucho cuidado la mantelería y me acostaba dentro del mueble, hasta
que mi madre cansada de buscarme se dedicaba a atender a su visita. Así que no
hay que menospreciar este útil elemento decorativo del comedor.