Febrero
19 del 2015
Novelas
“El derecho de nacer”, de
Félix B. Caignet, es el primer recuerdo que me viene a la mente de una
radionovela que hacía reunir a los vecinos con mi madre alrededor de nuestra
radio. Yo era muy pequeña, sin embargo, escuchaba y sufría con todo ese drama,
que ocurría según entendía yo, en Cuba, todos hablaban de Albertico Limonta (interpretado
aquí en Colombia por Manuel Pachón) y la negra que lo crio. Escuchaba los
comentarios y cuando todos se iban yo espiaba la radio por su parte de atrás
para ver a los personajes que allí estaban hablando, porque estaba convencida
que habían unos humanos diminutos al interior de este aparato.
Después recuerdo una
llamada “Rodriguitos”, “Kalimán”, “Chan li po”, “Kadir el árabe”, “Renzo el
gitano”, y hubo una que no puedo recordar su nombre, que presenta a un hombre
que tenía un comportamiento abiertamente agresivo, con todo el que estuviera
cerca de él, como jefe, esposo, padre, amigo, etc. pero un día le da un ataque
y muere. La situación importante ocurre cuando ya con el cuerpo del sujeto en
cita dentro del féretro éste despierta, pero no puede moverse, está
imposibilitado de dar alguna señal de que está vivo. En aquel entonces podía
aceptarse esto porque no existían las modernísimas formas de preparar el cuerpo
de quienes fallecen y por tanto llevar un ser vivo a la tumba actualmente no es
tan fácil.
El caso es que este
hombre ve como todas esas personas que maltrató en vida, se acercan hasta él y
le exponen sus sentimientos, algunos de rabia, otros de rencor, y se da cuenta
que con su comportamiento construyó todo un mundo de odio como una barrera. En
consecuencia nadie quería verlo, sólo hablaban y hablaban del daño que les
había causado y de su alegría de ver que todo había llegado a su fin. El caso
es que la única que abre el cofre mortuorio fue la mujer que más ultrajó en
vida, su esposa, y es esta quien detecta que el hombre no está muerto. El
desenlace es obviamente bueno, ya que este hombre arrepentido de todo aquello
que hizo deshace el daño y una vez concluidas estas buenas obras ya el hombre
muere de verdad reconciliado con el mundo.
Para mí fue una
tragedia que afectó algunas noches de sueño, pero sin embargo me mantuvo
interesada en estas obras que escuchaba regularmente en horas de la tarde.
En aquella época no
teníamos los pequeños radios que pueden ser transportados en el bolso, pero mis
padres me regalaron uno que podía colgar en mi hombro y con él disfrutar de
esta serie de novelas que marcaron una época.
Posteriormente tras la
llegada de la Televisión se llegó a otro tipo de programas, en vivo, que
convirtieron las obras de teatro en algo más interesante y divertido. “Yo y tú”
con Guillermo Gálvez, Alicia del Carpio, Hugo Pérez, Álvaro Ruíz, Carlitos
Muñoz, Otto Greiffenstein, fue una comedia que mantuvo a las familias
colombianas reunidas frente a esa cajita que producía imágenes.
Más adelante surgió un
estilo diferente de novelas, San Tropel, Caballo Viejo, Café, Betty la fea, La
casa de las dos palmas, La hija del Mariachi, La viuda de Blanco, Pedro el
Escamoso, todas ellas variadas y que me convencieron que Colombia se destacaba
por esta variedad de temas, esta inigualable forma de expresión teatral. Cuando
salía de mi trabajo y llegaba a mi casa, sabía a ciencia cierta que tendría un
rato de relajación viendo el talento de los actores interpretando tan amenas
obras.
Pero para mi gusto,
esto no siguió así, empezaron a surgir novelas exaltando personajes oscuros que
causaron daño al País, no entiendo qué pasó, la historia de quienes marcaron un
hito en razón a sus crímenes me dejaron frustrada, se bien que recientemente
han surgido otras en las cuales se trata de artistas musicales, que
efectivamente gustan por su estilo, pero sus vidas privadas distan mucho de
merecer ser exaltadas y promovidas como algo que valga la pena revivirse.
Y esto me hizo recordar
un poema maravilloso llamado “Siquiera se murieron los abuelos” de Jorge
Robledo Ortíz, “siquiera se murieron los abuelos sin ver como se mellan los
perfiles”.
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