Diciembre 16 del 2014
Cómo
no protestar
A veces el tiempo no es
nuestro mejor amigo, aunque no debería quejarme, ya que gracias a él he podido
dedicar mi atención a mis escritos, les puedo adelantar que aunque publiqué un
libro de poemas sobre mi abuelo paterno, hay dos libros que se encuentran en “remojo”,
en manos de quienes me hacen el honor de escribir el prólogo, tarea que se no
es fácil pero que generosamente me están colaborando.
Y como el título de
este comentario dice, no puedo menos que protestar aunque sea silenciosamente a
través de estas líneas sobre la siguiente experiencia.
Quienes conocen la
carrera 42, saben que hay una hilera de árboles de mango que bordea los
andenes, aunque en algunas partes ocupa parte del sardinel central, como ocurre
en el barrio Tequendama. Pues bien, estos árboles crecen en forma
indiscriminada y hermosa, tienen su época de cosecha y brindan numerosas
cantidades de mangos que caen libremente a la calle y andenes, pero también
sirven para quienes viven de su venta, pasan cantidad de personas, generalmente
hombres, que con una varilla larga, con piedras y trepando en ellas recogen la
carga, la llevan en sus carretillas y posteriormente las venden.
No tengo objeción
alguna respecto a este negocio, es una forma de sobrevivir al desempleo, a la
ausencia de educación y a otros tantos eventos que obliga a tanta gente a vivir
en las calles, pero reprocho la forma como golpean los árboles para que sus
frutos caigan, quienes utilizan piedras no sólo dañan los mangos sino que ponen
en riesgo a transeúntes y vehículos que muchas veces reciben el golpe de ambos,
frutos y piedras.
A través de mi amigo “el
internet” solicité desde hace bastante tiempo la poda de los árboles de esta
zona, ya que observé que sus ramas estaban afectando los cables de las redes y
muchas veces en el intento de coger el fruto de estos, amanecían cortados y
afectando el servicio telefónico y de internet de muchas residencias, además de
servir de refugio para quienes gustan de lo ajeno, cayendo sobre personas que
inocentemente se desplazan por el lugar. También aprovechando la sombra estos
árboles se convirtieron en orinales públicos, situación bastante desagradable.
Nunca obtuve respuesta
y así fue transcurriendo el tiempo, pero ahora por estas fechas, con emoción vi
que un grupo de personas venían realizando la poda de los árboles, sin dudarlo
me acerqué a preguntar a la encargada del grupo, deduje que ella era quien
coordinaba esta labor ya que portaba una de esas tablitas que sujetan papeles e
iba marcando, al parecer, los árboles seleccionados, y le pregunté si este
trabajo incluía todos los árboles de esta zona hasta la parte baja de siloé y
me dijo que no, que llegaba hasta el siguiente árbol nada más y que si yo
estaba interesada en la poda de algún árbol me dirigiera a la entidad
correspondiente, aunque ello tardaría, según el protocolo, uno o dos años. Le
aclaré que ya había hecho ese trámite y que aún no tenía respuesta y agregó que
ellos estaban facultados para podar otros árboles, siempre y cuando se les
hiciera un pago adicional, el cual se deduciría revisando cuál era el que
necesitaba fuera recortado. Me despedí y busqué a un vecino, ya que un par de
estos árboles frutales están especialmente frondosos y pensé que de pronto esa
sería la oportunidad para acabar con el problema que comenté antes.
Según supe
posteriormente al consultar el precio adicional que debía cumplirse para lograr
esta meta era nada más y nada menos que de unos trescientos mil pesos… así que
el asunto quedó de ese tamaño.
Pasaron un par de
semanas cuando fui sorprendida, debo decir, gratamente, cuando vi, el mismo
camión, el mismo personal, la misma coordinadora, podando los árboles que llegan
hasta la parte baja de Siloé.
Y como no podía faltar
la nota discordante, estos señores quienes hicieron tan magnífico trabajo, me
solicitaron agua para mezclar una especie de brea negra, que aplican a las “heridas”
que causan a los árboles en su corte, y sin ningún miramiento prepararon la
mezcla sobre la tapa del medidor de agua de esta casa. Les pedí que tuvieran
cuidado ya que podrían dañar el mismo y sin reparo siguieron en su labor, una
vez terminaron y se alejaron levanté la tapa y habían cubierto por completo
este aparato con la pegajosa mezcla, así que obviamente gracias a que alcancé a
darme cuenta del daño alcancé a retirar, al menos la parte que cubría la
ventana del contador.
Fuera de esto,
acumularon todas las ramas alrededor del arbusto atendido y vi como uno de los jóvenes
levantaba cuidadosamente todas y cada una de ellas, organizándolas en forma de
cambuche, sospeché que tal delicadeza debía obedecer a algún fin específico y
adivinen para qué era tan cuidadosa labor… con el mismo cuidado, bajó su
cremallera y por un lapso más o menos largo descargó su vejiga en el tronco del
recién hermoseado árbol de mango.
Pero como dice una
amiga mía, cuando escuchó mi queja, qué más se le puede pedir a una persona de
esta cultura, pedirle lo contrario sería el Gerente.
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