Noviembre 11 del 2014
Esta historia empezó en septiembre 21 del año en curso,
aún no termina, no se adelanten a especular absolutamente nada.
Sobre las diez de la mañana del día de hoy llegó un
camión rojo, con carpa negra, se bajó un afrocolombiano y se puso a cantar y a
bailar en la entrada del garaje de esta casa, no sé si por esa razón empezó a
llover, pero el caso es que luego se bajó un joven de rasgos más bien indígenas
y luego otro y otro, uno se dirigió al árbol de mango cercano y se dedicó a
buscar como tumbar los diminutos retoños del mismo.
Intrigada ante la presencia de este grupo bajé a
preguntarles si me necesitaban y me dijeron que sí que venían a reparar el
andén y que necesitarían agua. Después de estudiar un papel que traían en la
mano el grupo se dispersó de la siguiente manera, uno con una pala retiraba las
piedras acumuladas junto al contador de agua, otro recostado en el poste de
energía se dedicó a quitar los papeles que allí pegan los promotores del
servicio de destape de cañerías, otro colocó un cono indicando que estaban
trabajando y el último se subió al camión para tirar arena al pavimento.
Llamé a uno de ellos, al más desocupado para que
recibiera el agua, ya que ví varios cubos dispuestos, al parecer, para tal
propósito. Me dijo que todavía no los necesitaba, así que me retiré, preparé
una manguera y esperé mirando su labor.
Mezclaron la arena con cemento y después con gravilla,
dos hacían esta labor, otro caminaba sobre un pedazo del andén intentando
emparejarlo. Pregunté por qué no preparaban la otra zona que había que arreglar
y me respondieron que ellos habían sido contratados sólo para arreglar el
pedacito junto al medidor de agua…
Cuando al fin necesitaron el agua, uno me pidió le
pasara la manguera. Lo miré un tanto burlona, ya que la manguera no llegaba
hasta la calle, así que se la mostré desde lejos y tras dudar unos segundos,
cayó en cuenta que debía recoger el agua en cubos. Se lavó las manos, limpió
sus zapatos, se alisó el cabello y aclaró el rostro, después llenó un balde,
luego un segundo y por fin el tercero y último.
Me retiré entonces con mi manguera, ya descorazonada
con el trabajo tan mal hecho de estos obreros.
Al rato me llamaron para que firmara un papel en donde
no aparecía registrado lo que laboraron pero necesitaban mi número telefónico y
la firma de que habían estado aquí.
Cuando se marcharon miré el resultado de su trabajo y
la protección del mismo.
Seis rocas alrededor del rectángulo desigual que
hicieron y un recuadro imitando el andén.
Por mi experiencia calculé cinco minutos antes que los transeúntes
dañaran esa obra de arte.
Efectivamente, un sujeto dejó sus huellas plantares,
otro escribió letreros y marcó la fecha del suceso. Burdamente borré esos
recuerdos y con tristeza veo que nuestros servicios públicos son un desastre.
Los trabajos los dejan incompletos y subcontratan para terminar los huecos y
daños que dejaron al hacer una supuesta reparación, pero eso sí, mi factura
refleja un costo alto por algo que ni siquiera era al interior de la casa.
Imagino que el resto de daños quedaran por siempre sin
arreglo… y esta historia queda así trunca y sin fin…
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